viernes, 26 de diciembre de 2008

Después de la ira

Ya he tirado al abismo el hueso de la misericordia. No es
necesario cuando el dolor es parte de la serenidad, pero la
lucidez trabaja en mí como un alcohol enloquecido.

Sé que las uñas crecen en la muerte. Son nuestra
trascendencia. No

viene nadie al corazón abrasado.

Nos despojamos de nosotros mismos al expulsar la
falsedad, nos desollamos y

nadie acude a esta revelación. Estamos

solos y arden inútilmente nuestras llagas.

Decididamente,

no hay opio eterno, pero aún es posible

la última ebriedad: partes iguales

de vértigo y olvido.

ANTONIO GAMONEDA

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