necesario cuando el dolor es parte de la serenidad, pero la
lucidez trabaja en mí como un alcohol enloquecido.
Sé que las uñas crecen en la muerte. Son nuestra
trascendencia. No
viene nadie al corazón abrasado.
Nos despojamos de nosotros mismos al expulsar la
falsedad, nos desollamos y
nadie acude a esta revelación. Estamos
solos y arden inútilmente nuestras llagas.
Decididamente,
no hay opio eterno, pero aún es posible
la última ebriedad: partes iguales
de vértigo y olvido.
ANTONIO GAMONEDA
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